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Trude Sojka. Arte, nazismo y resiliencia

Cemento y reciclaje eran los materiales que enloquecían a la hora de crear maravillosas obras de arte a Trude Sojka. Definitivamente, ella no era una representante del expresionismo europeo convencional. Los duros momentos en los campos de concentración nazis forjaron una identidad artística única, que le permitió más adelante plasmar en sus trabajos todos aquellos sentimientos de dolor, pérdida y culpa que aguardaron en su memoria, pero a la vez, la levantaron como un Ave Fénix de las cenizas del pasado hacia el camino del amor, la libertad y el perdón.

Sueños rotos

Trude Sojka nació el 9 de diciembre de 1909 en Alemania, en el seno de una familia acomodada checa de origen judío. Desde pequeña se sintió profundamente atraída por el arte y esa fascinación la llevó en su juventud a ingresar a la Academia de Bellas Artes de Berlín, donde su talento, creatividad y destreza dieron vida a sus primeras obras. Era la época del expresionismo alemán, un movimiento artístico y cultural que se desarrolló con éxito a principios del Siglo XX y que se expandió rápidamente por toda Europa. En el expresionismo, el artista y su mundo interior son los protagonistas. Trude quedó completamente atrapada por aquella corriente cultural, aunque nunca hubiera imaginado que, a través de ella, difundiría al mundo la tragedia que se avecinaba.

Familia Sojka

Familia Sojka

Vivía en un momento de profunda autorrealización, cuando el amor llegó a su vida. En 1938 se casó con Dezider Schwartz, un funcionario público checo con el que deseaba compartir el resto de sus días. Pero el destino tenía otros planes para ella. La década del treinta en Alemania fue un periodo de profunda convulsión social, cultural y política. El ascenso del Nacional Socialismo al poder marcó para siempre la historia de Alemania y la de millones de personas en todo el viejo continente y el mundo.

  Trude Sojka en su juventud

Todo comenzó la noche del 9 de noviembre de 1938, cuando los Camisas Pardas de Hitler destruyeron alrededor de 250 sinagogas y más de 7000 comercios judíos, además del brutal saqueo de escuelas y hospitales. La pesadilla comenzaba. Noventa y un judíos fueron asesinados y cientos de ellos llevados a los campos de concentración, donde ya se encontraban sometidos a duras condiciones de trabajo forzado: comunistas, socialistas, sindicalistas, gitanos-romaníes, Testigos de Jehová, homosexuales y todo opositor al régimen.

El 1 de septiembre de 1939, cuando las tropas de Adolf Hitler invadieron Polonia, se dio inicio a la Segunda Guerra Mundial. Mientras avanzaba el ejército nazi por cada uno de los territorios invadidos, iba cayendo la dignidad de cientos de miles de hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos que, por ser checos, polacos, austriacos, húngaros, rusos y alemanes de origen judío se les había negado el derecho a existir. Trude sintió una profunda presión en el pecho, cuando al atardecer del 11 de septiembre de 1944, en la ciudad de Nitra, la GESTAPO la convirtió en la detenida número 86110.

– Quiero saber de qué se me acusa, señor oficial – preguntó atónita al soldado nazi que la miraba con desdén.

– ¡De ser una cerda judía! – respondió él al instante y con voz estrepitosa le ordenó subir inmediatamente al camión, donde otros detenidos contemplaban el suceso en el mismo estado de sorpresa que Trude.

Nunca más disfrutaría de los mimos y cariños en el regazo de su madre Hedwing Baum, ni compartiría secretos íntimos y miradas de complicidad con su adorada hermanita Edith, tan sólo quedaría un retrato de ella. Jamás besaría de nuevo los labios de su amado, pero hasta los últimos días de su existencia, ella los llevaría en la memoria con profundo cariño y afecto.

Vivir al borde de la muerte

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   Campos de concentración en la Alemania nazi.

Auschwitz-Birkenau, Dachau, Gross Rosen, Mauthausen, Bergen-Belsen, Sobibór, Varsovia, son apenas algunos de los centenares de lugares donde la maquinaria de la “Solución Final” echaría a andar su plan de odio y terror. Campos de tránsito, de trabajos forzados, de prisioneros de guerra y de exterminio, todos perseguían un mismo fin: la eliminación biológica de los judíos en Europa y de todos aquellos que no se alinearan al Tercer Reich. Los prisioneros confinados en aquellos lugares y privados de la libertad por razones políticas, étnicas y religiosas se encontraban en la más completa indefensión, ya que no existía ninguna norma legal sobre sus arrestos.

Trude Sojka fue deportada al campo de concentración de Auschwitz el 1 de octubre de 1944 y trasladada posteriormente a los subcampos de trabajos forzados de Kudowa Sackicch el 1 de noviembre de 1944 y al campo de Kleinschönau el 15 de marzo de 1945.

Luego de varias horas de un agotador viaje en tren, donde apenas se podía mirar el cielo grisáceo del amanecer por las ventanillas del vagón, Trude y el resto de sus “compañeros de viaje”, desembarcaron en el campo de la muerte. Era un panorama verdaderamente desolador: varios kilómetros de cercas alambradas, torres de vigilancia y a lo lejos, esqueletos vivientes caminando como zombis que desfallecían a cada paso que daban. El campo estaba inundado de ruidos estridentes, de silbatos agudos y voces de mando, cortantes, estrepitosas y chillonas.

Trude fue colocada en la fila derecha donde iban los seleccionados para trabajar. Luego de ser clasificada, tuvo que entregar sus ropas y las pocas pertenencias que la acompañaban. Vino la desinfección y con ella, el sentimiento de poseer solamente la existencia desnuda. Poco a poco se fue apagando la esperanza que se había albergado en un inicio y tras unas semanas, ya nada importaba más que la supervivencia en el campo.

Hay hambre, mucha hambre en aquel espantoso lugar. Una mujer en el suelo agonizaba, producto de la tifoidea. Tenía un pedazo de pan en su mano derecha. No importaba más que sobrevivir. Trude tomó el pedazo de pan y -sin pensar en el riesgo de contagio- se lo llevó a la boca y lo saboreó como si fuera un exquisito manjar. El cuerpo de la mujer yacía en un rincón y empezaba a descomponerse, pero a nadie le importaba realmente el suceso. La muerte se había convertido en un hecho cotidiano, no cabía ningún lugar para la compasión ni la sensibilidad.

La liberación

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Supervivientes del campo de concentración Auschwitz-Birkenau

A comienzos de 1945, las tropas del Ejército Soviético entraron triunfantes, liberando varios territorios ocupados por la Alemania Nazi en el este de Europa. Cientos de miles de rostros lúgubres con miradas perdidas, vestidos con harapos mugrientos, rodeados de excrementos y sangre vertida en el suelo, contemplaban la llegada de los aliados sin poder reaccionar. Un hedor insoportable contaminaba todo. Los cuerpos de cientos de personas amotinados yacían desnudos. Sus ropas habían sido robadas por algunos supervivientes. En aquel momento todo era válido para mantenerse con vida, incluso el canibalismo. En uno de los cuarteles, algunos niños que habían logrado esconderse antes de la partida de los nazis del campo, miraban con pánico la llegada de nuevos oficiales. No sabían que eran parte del Ejército Rojo. Al verlos sólo pudieron gritar con terror:

– ¡No somos judíos! ¡No somos judíos! ¡No queremos ir a las cámaras de gas!

Los primeros oficiales soviéticos en ingresar a los campos de concentración como Anatoly Shapiro o Yakov Vincenko narraron muchos años después el horror de lo que allí se vivía. La mayoría de ellos –impactados por lo que veían- solicitaron el inmediato traslado a otras regiones de los territorios liberados. Era imposible entender lo que allí estaba pasando, nadie les había comunicado la existencia de esos lugares. Al fin, los sobrevivientes fueron liberados. Muchos de ellos estaban ya agonizando, algunos habían perdido totalmente la razón y la fuerza para continuar luchando por sus vidas y otros, simplemente no podían creer que la pesadilla había terminado. Los más lúcidos hablaron con los oficiales e intentaron explicar las duras condiciones de vida desde sus deportaciones. Pese a todo, la esperanza había triunfado sobre la muerte.

Trude no lo podía creer, todo esto le parecía un sueño. Al fin fue liberada el 11 de mayo de 1945. Pero, ¿se podía volver a ser feliz después de todo lo ocurrido? Ella cargaba con un dolor irreparable: su pequeña hija Gabriela había fallecido a semanas de nacida, producto de una extraña enfermedad, desnutrición crónica y complicaciones pulmonares. Ella estaba segura que, después de toda la trágica experiencia vivida, sería capaz de soportar cualquier tipo de circunstancia adversa y salir adelante. ¿Y ahora qué?

Ecuador, tierra de paz.

Tras la rendición de Alemania, más de seis millones de refugiados fueron repatriados por los aliados a sus tierras de origen, pero al menos dos millones rechazaron la repatriación. Quién querría volver a una casa destruida, abandonada y llena de recuerdos; nadie después de lo ocurrido querría poner en peligro su vida, retornando a lugares donde aún se mantenían los pogromos. El infinito sufrimiento se apoderó de los liberados nuevamente.

Trude -al igual que el resto de supervivientes- empezó la larga y compleja tarea de búsqueda de familiares a través de las instituciones que prestaron sus servicios al finalizar la guerra para ayudar a los desplazados. La Cruz Roja Internacional dio aviso de una carta enviada por su hermano mayor, Waltre Sojka, quien estaba viviendo en el Ecuador desde 1939. Ella sintió un gran alivio al descubrir que al menos un miembro de su familia había sobrevivido.

De Praga llegó a Suecia, donde el 29 de mayo de 1946, partió para siempre de Europa, tomando un barco desde la ciudad de Göteborg hacia Guayaquil en el buque Johnsonline. Adiós Berlín, adiós Nitra, adiós Europa. Todos los más gratos recuerdos de su infancia feliz, de sus amigos de clase en la academia, de su boda con Dezider y de su embarazo fallido, incluso de sus últimos meses de vida en los campos de trabajo forzado quedaban atrás. ¿Dónde está Ecuador? ¿Cómo es la gente de aquel país? ¿Cuál es su historia? Todo aquello supuso un gran reto para Trude.

Brillo en los ojos y alivio en el alma. Hacía mucho calor, pero no importaba nada. Tan sólo con volver a ver a Waltre era suficiente. Su hermano -junto con su amigo Hans Steinitz- la recibieron con los brazos abiertos en el puerto de Guayaquil. Hans y Trude no tardaron en hacerse buenos amigos, pues ambos eran sobrevivientes de los campos de concentración nazis y tenían mucho en común.

 Hans Steinitz era un judío-alemán, nacido en la ciudad de Katowitz -actual Polonia- que logró salir del campo de concentración de Sachsenhausen en 1939, gracias a la ayuda del Cónsul del Ecuador en Bremen, José Ignacio Burbano Rosales, quién consiguió para él, una plaza de trabajo en una algodonera. Su padre murió cuando apenas él era un niño y su madre, Eva Sara Brasczok, se había casado nuevamente con un alemán, quien los denunció con las SA en la Noche de los Cristales Rotos, donde ella murió asesinada a manos de los criminales nazis.

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Familia de Hans Steinitz

Aprender a sonreír, a respirar con calma, aprender a amar de nuevo. Trude y Hans se enamoraron perdidamente y se casaron en 1948, trayendo al mundo a tres maravillosas niñas: Edith, Graciela y Anita Steinitz. Ecuador significó entonces la paz tan anhelada de un corazón inquieto; simbolizó el paraíso donde sus hijas crecerían sin temor, sin discriminación y con el derecho a existir como seres humanos.

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   Trude Sojka, su esposo Hans Steinitz y sus tres hijas

Justos entre las Naciones

En un mundo donde la indiferencia ante el dolor y la muerte era la regla, existió un extraordinario y valiente grupo de personas de todas partes del mundo que se suscribieron a la causa de la vida y la esperanza. En 1953, el parlamento de Israel aprobó la Ley de Recordación de los Mártires y Héroes y se creó el Instituto Yad Vashem, encargado de condecorar a los héroes que sacrificaron sus carreras, vidas y fortunas para rescatar cientos de personas de las garras del totalitarismo nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Manuel Antonio Muñoz Borrero, Cónsul General del Ecuador ante el gobierno de Suecia entre 1931 y 1942 extendió varios “pasaportes de salvación”, otorgando ciudadanía ecuatoriana a cientos de judíos que huyeron a Palestina. Su maniobra diplomática le costó su puesto de trabajo. Sin embargo, continuó trabajando como relacionador público en la Embajada de Colombia en Estocolmo, donde siguió enviando pasaportes en blanco para rescatar judíos de todos los lugares posibles. En el campo de concentración de Bergen- Belsen se halló una lista de 32 personas con pasaportes ecuatorianos y en la lista Vaad Hahatzala de Agudat Israel aparecen también 109 judíos salvados con pasaportes ecuatorianos.

José Ignacio Burbano Rosales fue nombrado Cónsul del Ecuador en Bremen, Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. En su estadía en esta ciudad, trabajó arduamente para ayudar a centenares de familias judías y otros afectados por la guerra. Defendió el derecho a otorgar visados ecuatorianos a judíos ante las autoridades del país, a costa de su propia carrera diplomática. El gobierno ecuatoriano de aquel entonces le solicitó cerrar el consulado en Alemania y trasladarse a Texas, Estados Unidos, al no acatar las disposiciones de dejar de visar a judíos. Gracias a su labor, al menos 40 familias judías lograron llegar al Ecuador, y entre ellos estaba, Hans Steinitz.

La comunidad judía en el Ecuador reconoce como benefactores durante este difícil periodo de la historia a los ex presidentes José María Velasco Ibarra y Galo Plaza Lasso y a los diplomáticos Manuel H. Navarro, Neptalí Ponce Miranda, José Rafael Bustamante, José Antonio Correa Escobar y a Jorge Salvador Lara.

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Manuel Muñoz Borrero

   José Burbano Rosales

La Shoá

El holocausto es también llamado Shoá, que en griego significa sacrificio por fuego y en hebreo cataclismo. Es considerado por el pueblo judío la mayor tragedia de su historia. La Shoá fue la persecución y aniquilación sistemática de los judíos europeos por parte del estado alemán nacionalsocialista y sus colaboradores.

En el 2005, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas declaró el 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, con el fin de mantener viva la memoria de los acontecimientos que marcaron la vida de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial.

Nosotros, los últimos supervivientes del Holocausto, estamos desapareciendo uno tras otro. Muy pronto la historia hablará de esos hechos con la voz impersonal de los profesores universitarios y los novelistas y, en el peor de los casos, con la voz malévola de los mixtificadores y negacionistas (…)  A menos que le demos, mediante el recuerdo y la educación, el lugar y la atención que merece y empecemos, todos, a respetar el núcleo de valores universales inherentes a todas las grandes creencias –tanto espirituales como seculares– las fuerzas oscuras podrían regresar con más fuerza aún para acosarnos de nuevo”. Samuel Pisar, superviviente del Holocausto, abogado internacional, Embajador Honorífico y Enviado Especial de la UNESCO para la Educación Relativa al Holocausto y el Genocidio.

Trude Sojka murió el 18 de marzo de 2007 a los 97 años. Serena, pero llena de vitalidad y con una inmensa pasión por la vida y el arte, rodeada de mucho amor y afecto, en compañía de sus hijas y nietas. Siempre se sintió profundamente agradecida con el Ecuador, país que le abrió las puertas y que consideró su segundo hogar y el más importante, porque en él pudo retomar su vida con normalidad, formar una familia, lejos de la discriminación, violencia y odio.

Autorretrato

Su obra

Quito, 28 de noviembre de 1959. El Doctor Otto Lederer emitió un certificado médico donde explicaba que, por la depresión mental a la que la paciente Trude Sojka se había encontrado sometida, estaba imposibilitada de desenvolverse en su profesión como escultora. Pero contra todo pronóstico, ella retomó el mundo del arte e hizo de él su mejor instrumento para expresar todas sus vivencias, aprendizajes, sensaciones y sentimientos más profundos, creando centenares de obras de arte durante su vida en el Ecuador.

Dolor, angustia, confusión, miedo y esperanza. En la primera etapa de su obra, sus cuadros y esculturas estuvieron marcados por sus vivencias en los campos de concentración. “Confusión”, es una alusión a la deportación masiva de personas; “Hombre en Auschwitz”, el hombre que escapa de su destino lazándose contra las alambradas de púas; “Mujeres caminando hacia la cámara de gas”, mujeres desnudas que caminan de la luz hacia la oscuridad, avanzan hacia la muerte; “Aqueronte”, el río lleva a la gente al país de los muertos; “Pájaro muerto”, un ave con la mirada hacia el suelo, simboliza la guerra y el dolor de la muerte; “Oración en la Sinagoga”, Trude, frente al altar, hace una oración, simboliza la esperanza; “El profeta”, una figura está acurrucada en el regazo del profeta Elías; “Liberación de Auschwitz”, poco a poco, hombres y mujeres levantan su mirada y pasan del dolor de la muerte hacia la esperanza que les brinda su liberación.

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Hombre en Auschwitz

Varios pintores ecuatorianos reconocidos como Eduardo Kingman y Oswaldo Guayasamín introdujeron a Trude Sojka en el mundo de la simbología precolombina y cosmovisión andina. Ella, fascinada con la riqueza cultural prehispánica del país, dio vida a múltiples obras en la que combina el expresionismo europeo con la simbología ancestral del Ecuador. En esta segunda etapa de su obra -quizá la más rica de todas- retornan los colores a su trabajo y el motivo será la flora y fauna, así como todos los elementos que contienen un significado espiritual y la vida cotidiana en el mundo indígena. Sus obras más destacadas de este período son: “Las mil y una noches del Rey Inca”, “El chamán”, “El carnaval indígena”, “Precolombino”, “El danzante”, “Pájaros mágicos”, “Mujer pondo”, “Una mujer en la barca”.

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Mujer pondo

En la tercera etapa, que corresponde a los años de 1970 y 1980, su obra se centró en la línea, forma y color para representar formas abstractas y figurativas, que expresaron sus emociones y dudas existenciales, todo su mundo interior. A través del movimiento, el ritmo de la danza, la fuerza y la sincronía de la gimnasia, trabajó el concepto de la fuerza, característica de su personalidad. Este período recuerda mucho a sus obras de juventud en Europa y están marcadas por el expresionismo alemán y judío. Sus obras destacadas son: “El Ave Fénix”, “Moisés, en movimiento”, “Danza rítmica”, “Barcos en el mar”.

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Ave Fénix

En la última etapa de su obra, Trude regresó a su infancia, dulce y feliz, para dar vida a obras relacionadas con los juegos, los animales, los cuentos de hadas y la naturaleza. Sus nietas, Geetha y Gabriela son su inspiración. Sus obras destacadas son: “El vuelo de las mariposas amarillas”, “Carrusel”, “La ballena y el cazador”; “Bailarina” y “La mujer en azul”. Esta última obra refleja cómo fueron los últimos años de vida de Trude. Una mujer feliz, rodeada de luz, que vivió acompañada de sus seres queridos -sus hijas, esposo y nietas- y que estaba llena de paz, agradecimiento y ternura.

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El vuelo de las mariposas amarillas

Actualmente, varias de sus obras se encuentran expuestas en el Museo de Maerkkisches en Alemania, Museo de Cincinnati en Estados Unidos y en la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”.

Casa Cultural Trude Sojka

La Casa Cultural Trude Sojka, administrada por Anita Steinitz, tiene la finalidad de dar a conocer la vida, memoria y expresión artística de su madre, promover la paz y la tolerancia, dar a conocer el trabajo de artistas contemporáneos y mantener viva el recuerdo del holocausto para que esto hecho no vuelva a suceder en la historia.

En aquella hermosa casa, la artista checo-ecuatoriana creó más de 300 obras de arte, entre pinturas y esculturas, que alimentaron la corriente expresionista en el Ecuador y abrieron mayores posibilidades de la participación de la mujer en el mundo artístico. Ella ha pasado a la historia como una de las grandes pintoras ecuatorianas, representante del expresionismo abstracto y figurativo de nuestro país.

Este espacio dedicado al arte está ubicado en el Pasaje Müller, N24-J, entre Toledo e Isabel Católica, barrio La Floresta. Sus horarios de atención son: lunes a viernes de 10:00 a 18:00, fines de semana con cita previa. Para mayor información contactarse a través de los números telefónicos 02224472 o 0998733572. También a través de: www.casaculturaltrudesojka.wordpress.com / casaculturaltrudesojka@gmail.com

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Negacionistas en el Siglo XXI

“Ponerse en los zapatos del otro” es una frase popular que significa tratar de comprender la situación que vive otra persona. Desde una perspectiva humanista, significa aprender, reflexionar, analizar, interiorizar y solidarizarse con las causas de quienes viven o han vivido situaciones de violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos.

El genocidio de nativos-americanos durante la conquista y colonización de América; la masacre de los congoleños por Leopoldo II; Medz Yeghern o genocidio armenio, el primero del Siglo XX; la cruel matanza de los tutsis a manos de los hutus en Ruanda; los Gulags de Stalin, campos de concentración en la Unión Soviética; la masacre argelina bajo el dominio colonial francés; cruentas dictaduras militares en América Latina; las bombas nucleares sobre la población civil inocente en Nagasaki e Hiroshima son apenas una muestra de la capacidad autodestructiva que tiene el ser humano y de su ilimitado deseo de poder y dominio sobre los “otros”.

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Representación de los genocidios

Pero existen también otras formas de silenciar a esos “otros” que incomodan. Una de ellas es negando su tragedia y ocultando su historia. A partir de la década del cincuenta, surgió una corriente llamada Revisionismo del Holocausto, que pretendió hacer un “análisis crítico” entorno a lo sucedido en la SGM y terminó convirtiéndose en una tesis negacionista de todo lo ocurrido en los campos de concentración. Figuras como Paul Rassinier, Harry Elmer Barres, Einar Aberg, David Hoggan, entre otros, han publicado varios libros -sin un sustento científico claro y con interpretaciones distorsionadas de la historia- versiones antisemitas sobre el Holocausto, que en nuestro siglo se han difundido en redes sociales y que poco a poco, van mermando la conciencia colectiva y la dimensión real de quienes estuvieron y sobrevivieron en los campos del infierno.

Cuando los nazis supieron que la guerra estaba perdida y que su Imperio de Mil Años iba a caer en manos de los aliados, Heinrich Himmler ordenó la destrucción total de grabaciones, archivos e instalaciones que pudieran comprometer a los altos mandos del Tercer Reich, en caso de ser apresados. Sin embargo, se logró obtener algunas evidencias importantes, además de los miles de testimonios de supervivientes. Entre ellos tenemos: los archivos de Karl Bischoff; los testimonios de los soldados nazis que participaron en la masacre de Babi Yar, Ucrania; los pozos al aire libre, donde eran amontonados los cadáveres; las camionetas de gas con tubos de escape curvados; los Informes de las Einzatzgruppen, escuadrones de la muerte especializados en masacrar judíos; las centenares cámaras de gas en varios campos de exterminio que no lograron ser destruidas; la abundante correspondencia, escritos y diarios que se encontraron en las posteriores investigaciones y finalmente, el registro fotográfico tomado por los soldados nazis y por fotógrafos de renombre como el español Francisco Boix.

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Prisioneros en el campo de concentración de Mauthausen por Francisco Boix

Pensar la vida entorno a la muerte

Durante la guerra, los supervivientes de los campos de concentración experimentaron diferentes situaciones emocionales que llevó a muchos al suicidio, al odio, a la indiferencia total, a la locura, a la sed de venganza, pero también logró en otros –y aunque suene extraño- paz, mayor espiritualidad y muchas ganas de vivir, lo que posibilitó después de la liberación física, su liberación espiritual a través de la resiliencia.

La resiliencia es la capacidad de adaptación a la adversidad, trauma, tragedia, amenaza o fuente de tensión significativa. Es rebotar como un resorte de una experiencia difícil. La resiliencia no es una característica, es una elección que incluye hábitos, pensamientos, conductas y acciones.

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Trude Sojka en la última etapa de su vida

“Y allí, siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico. Viktor Frankl. Superviviente del Holocausto, psiquiatra y neurólogo austriaco.

Conclusiones finales

La vida de Trude Sojka no es una más de las tantas contadas por los supervivientes de los campos de concentración. Ella guarda una gran posibilidad de comprensión y reflexión sobre los hechos históricos que marcaron el Siglo XX. Por un lado, es una invitación a reflexionar sobre lo que significó el Nacional Socialismo en Europa, frente al actual auge y difusión de teorías conspiranoicas, negacionistas y claramente antisemitas que van implantando en la memoria de las nuevas generaciones, a través del gran aparataje de la Revolución Tecnológica, una visión distorsionada de los hechos ocurridos en el siglo pasado; y por otro, ayuda a pensar cuáles son las formas de gobierno que debemos construir colectivamente para el futuro de la humanidad, frente al fracaso de la democracia representativa y al auge de gobiernos conservadores con tintes xenofóbicos, racistas e incluso algunos, afines al nazismo en todo el mundo.

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Neo-nazis en Europa

La historia de Trude Sojka permite además repensar el misterio y el sentido de la muerte, entendida no sólo como la muerte física de un ser querido en un campo de concentración o en cualquier circunstancia compleja, sino como la muerte simbólica que permite el renacer a la vida con una perspectiva y visión diferente, con actitud resiliente frente a los retos que enfrenta el ser humano en su cotidianidad. El eterno movimiento de la vida-muerte, muerte-vida posibilita la transformación consciente del ser humano hacia una versión distinta de sí mismo, que trasciende al dolor, angustia y sufrimiento para alcanzar la paz interior y la posibilidad de vivir la vida con conciencia, plenitud y alegría.

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Biblioteca de Hans Steinitz. Anita Steinitz y Andrea López

 

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Trude Sojka

 

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Tiempo de reflexión e introspección

 

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Frase tomada de Ana Frank expuesta en la Casa Cultural Trude Sojka

 

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Anita Steinitz con la obra de su madre

 A la memoria de mi padre, Luis Alberto López Moral, quién me enseñó en vida, las herramientas, valores y hábitos que me construyen como un ser humano de bien y quien me enseñó en la muerte, el valor del tiempo, de la lucha por los sueños y el amor propio.

Bibliografía

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Steinitz, A. (06 de 01 de 2018). Conociendo la Casa Cultural Trude Sojka. (A. López, Entrevistador)
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Fotografías tomadas por Chistian Terán Nolivos